*En la 3 oriente número 215, entre 2 y 4 sur, pende de un antiguo inmueble el letrero que da cuenta de los 59 años de existencia de la tortería y sus deliciosas rajas
Jaime Carrera
Puebla, Pue.- El legado de doña Ana Arronte se basa en una sola palabra: amor. El amor por la familia y por lo que haces, amor por dejar alguna enseñanza o experiencia a los demás, de lo contrario, la vida resulta aún más complicada y no hay manera de sacar adelante un proyecto, un negocio.
En las Tortas Ana saben de eso y de mucho más. Saben de la importancia de atender a un cliente, que se vaya contento, satisfecho y que se le haga “agua la boca” con el simple hecho de ver esas verdes rajas caseras que le dan el toque especial a las milanesas, la ternera o la pierna.
En la 3 oriente número 215, entre 2 y 4 sur, pende de un antiguo inmueble el letrero que da cuenta de los 59 años de existencia de la tortería Ana, donde su fundadora, una mujer de 93 años pasó gran parte de su vida. Hoy, todavía entera y fuerte acude a revisar que todo marche bien.
A las afueras del local, su sobrina, María Elena Arronte, observa hacia ambos lados de la calle, dialoga con sus compañeros de negocios contiguos y recuerda los tiempos sin pandemia: un ajetreo propio del centro de la ciudad de Puebla, estudiantes y maestros de aquí para allá.
La tía Ana, a escasos años de cumplir 10 décadas de vida, aún se da el tiempo de ir a desayunar a la tortería, inspeccionar que todo se haga como se debe de hacer: con amor, pero también con ingredientes frescos y preparativos del día, de lo contrario, tocan coscorrones.
“La tía es una persona bellísima que se ha dedicado a sus clientes, a su negocio, y sí, si nos echa de vez en cuando una buena regañada, porque cuando viene y ve que las cosas no están bien hechas, nos da unos buenos jalones de orejas”, cuenta su sobrina, hoy al frente del negocio.
Con nostalgia, María Elena narra cómo su tía a sus 30 años de edad comenzó con la historia de Tortas Ana en un local cercado al edificio Carolino, para después cambiarse a la 3 oriente, donde siguen llegando sus clientes: los más grandes, los jóvenes y los nuevos o más recientes.
Al negocio se unieron el hermano Ciriaco y después el papá de María Elena, mujer que enfrenta una batalla contra una crisis sanitaria y recuerda los viejos tiempos de abundancia, pero firme asegura que todo pasará y allí estarán las Tortas Ana para recibir a su clientela de siempre.
Elena va de aquí para allá, saluda a sus clientes, acomoda, supervisa y entrega. En la charla reconoce que el sazón es subjetivo, a algunas personas les puede gustar un sabor y a otros no, pero deja claro que el distintivo de Tortas Ana es el picor casero de las rajas y los chipotles.
Las jornadas de trabajo para Elena y sus compañeras de trabajo hoy se tornan diferentes, pero lo que perdura y buscan mantener es el amor que lleva cada torta vendida desde las 9 de la mañana, posterior a afinar los últimos detalles de algunos alimentos desde dos horas antes.
En el interior del local, las hábiles manos de dos mujeres se mueven de arriba a abajo, seleccionan el ingrediente principal; untan mayonesa, frijoles, deshebran trozos de quesillo, agregan aguacate y a la plancha: calientitas, crujientes y listas para comerlas con un refresco bien frío.
Otra de las características de Tortas Ana es la accesibilidad en cuanto a costos: “Aquí se gasta una persona 50 pesitos con una torta y un refresco, en otro lado hasta 80 pesos, la diferencia sí es grande”, explica Elena mientras un cliente avanza y le da un mordisco a su torta de milanesa.
El lucro y el abuso no forman parte del vocabulario de la familia Arronte, el buen trato les ha permitido tener trabajadoras por hasta 10 años consecutivos y juntos han formado una familia que de lunes a sábado atiende a los poblanos ofreciendo también sándwiches y jugos.
“Mis compañeras de trabajo son ya de años, muchas se van, pero ya tienen aquí 10, 12 años trabajando, por ejemplo una que está conmigo ya tiene 10 años aquí, la otra tiene 4 años, es gente que nos ha echado la mano, se sienten a gusto trabajando con nosotros”, agregó.
Hoy Elena tiene una responsabilidad: preservar el legado de las tortas Ana. Y confía plenamente que sus hijos María y Franco, a quienes les ha inculcado el amor por el negocio familiar, continúen con la historia que su tía abuela comenzó hace ya casi seis décadas en 1962.
En tanto ello ocurre, la tía Ana seguirá yendo a reprender si algo falla en el funcionamiento de la tortería; María Elena seguirá esperando para recibir a los jóvenes estudiantes y docentes, en el corazón del Centro Histórico que un día volverá a estar lleno de gente.
“Yo les diría a nuestros clientes que no nos abandonen y que nosotros trataremos de seguir con el precio bajo, que se cuiden mucho a la hora de salir y aquí nosotros los estaremos esperando, porque gracias a ellos nos mantenemos vivos”; concluyó María Elena.